Fui al concierto de un colega. Bueno, un conocido con éxito social con el parece que hay que llevarse bien. Llegué tarde, sin ganas, y cuando fui a pagar la entrada dije automáticamente:
- ¿Incluye una cerveza?
El chico de la taquilla me miró con pereza.
- Va todo íntegramente a ACNUR, a los refugiados y…
- Ah, sí, sí -le corté.
Me sentí un segundo como una mierda, pero se me pasó en cuanto crucé la cortina de la sala. Saludé al guitarrista, a la ilustradora y al camarero. No me podía ir mejor. Entonces noté que había una chica más guapa que yo hablando con el cantante. ¡Mierda! -me dije. Y me bebí la cerveza de un trago a ver si lo arreglaba el ingenio.
Como no lo arregló, me fui a casa pronto y puse mala cara a mi novio. En la radio, estaban midiendo la generosidad humana por el número de inmigrantes que íbamos a dejar pasar en cada país. ¡Como si fuera nuestra una parcela de mundo! Me imaginé con la casa a cuestas intentando hablar con un policía extranjero a través de una valla.
- ¡Menudo papelón!
Mi hija me miró con admiración, como si yo realmente estuviera sufriendo por este tema. Al día siguiente, cuando iba conduciendo a un trabajo que odio, me paré en un semáforo y un rumano -afgano o sirio, ¡qué más da!- se puso a limpiarme la luna.
- Joder, ¡qué incómodo! Que se vaya de una vez.