Tengo que confesar que mi llegada al mundo de la Cultura fue por ‘causalidad’, que voy y digo que es algo a medias entre la casualidad y la ‘fe ciega’ en las causas que le mueven a uno. Y, poco a poco he ido observando que el Arte tampoco queda desprovisto de escalones sociales. Incluso aquí, donde creí que la ética y justicia social eran parte ineludible de la esencia de la actividad, imperan a veces las leyes del feudalismo social. Yo rey, tú lacayo, yo derecho de pernada, y tú a enseñar las piernas… Como diría Neorrabioso, “perdón por la tontería”.
Entre otras muchas cosas, soy periodista, y no he sido criada entre bastidores ni puedo presumir (ni presumo) de conocer el ‘el mundillo’ como la palma de mi mano. La parte positiva es que cuento con una perspectiva ‘desde fuera’ que me hace quedarme ojiplática ante determinadas circunstancias. Quizá es la falta de fe en las injusticias que, por otro lado, tampoco me viene mal, ya que la incredulidad sostenida puede ser una cura ante el conformismo.
Pero no me alargo más, y voy al nudo gordiano (me encanta la expresión) de la cuestión. He observado que, en España, hay proyectos serios, trabajados, que crecen en cada representación y que provocan reflexiones que favorecen el progreso como sociedad. Sin embargo, este tipo de iniciativas, a no ser que cuenten con un señor feudal como avalista, no hay manera de sacarlas adelante. Si no hay director, dramaturgo, actor, distribuidor, programador o sala con ‘poder’, despídete de hacerlo por algo más que “amor al arte” ya que, al fin y al cabo, los artistas comen del aire, ¿o no? Y digo yo, entonces, ¿cómo se está usando el dinero público? ¿Cómo se toman las decisiones de apoyo o no a determinados espectáculos?
Entonces he observado que a este tipo de iniciativas les queda la oportunidad de empezar en salas privadas pequeñas, con aforos reducidos y financiación milimetrada. ¿Teatro y música low cost que denigran el sector o la posibilidad -que no te dan otros- de dar a conocer tu proyecto? Digamos que depende de qué sala, cómo y con quién, esa es la lástima, pero hagamos las cuentas, señores, que yo creo que nadie, excepto la gente del sector, se imagina la cruda realidad de los números.
Una compañía o un grupo de música pacta una condiciones “a taquilla” (fórmula que supone el reparto de los ingresos de las entradas entre la sala y los artistas). A esto, hay que restar más del 30% de gastos fijos (nuestro querido 21% del IVA cultural, el 10% de autores y el porcentaje de las ticketeras -que puede llegar hasta el 10%-), y repartir el restante entre sala y compañía (en el mejor de los casos, la compañía se lleva un 70% de este total ya mermado). Claro, ahora se entiende la proliferación de conciertos en acústico y monólogos donde el actor se dirige a sí mismo, se distribuye, se promociona, se produce y hace la escenografía en casa rescatando su kit de manualidades. Y luego reza porque funcione el “boca a boca”, porque eso de la Comunicación ya sí que se le “sale de madre”.
En este punto, alguien puede llegar a la conclusión de que si un espectáculo es bueno, se llenará, y que, tras perder dinero durante unos meses, existe la añorada esperanza de ir a una sala más grande donde pueda ‘recuperarse’ y seguir ejerciendo su profesión. Pero siendo sinceros, ¿cuáles son las probabilidades de que esto pase? ¿Cuántos artistas buenos no se quedarán en el camino mientras se promocionan otro tipo de espectáculos de dudosa calidad y mensajes poco “constructivos”? Además, ¿esto no supone una des-profesionalización de ciertos oficios? ¿Es lo mismo que haya director o no? ¿Cuándo volveremos a ver escenografías no limitadas al “coste cero”? ¿La comunicación y promoción no debería estar en manos de profesionales o como todos creemos saber usar las redes sociales para el Marketing, “da lo mismo, que lo mismo da”? ¿Qué formación tienen aquellos que toman las decisiones?
Cierto es que Internet, al igual que las salas pequeñas, ha abierto un mundo de posibilidades a los más perseverantes. Y los músicos, actores, periodistas, lo mismo cierran un concierto, que escriben una crónica, o montan su propio escenario. ¿Acaso no están adaptándose hasta la extenuación los artistas y profesionales y, sin embargo, la regulación y la toma de decisiones siguen ancladas en un modelo obsoleto que ahoga la Cultura?
Ahora bien, esto que digo, independientemente de los apoyos públicos y privados -“señores de las marcas, el teatro existe y hay música más allá de Beyoncé”-, no queda exento de una reflexión sobre la responsabilidad individual, como creadores y consumidores de productos culturales. ¿Cómo y cuándo debemos dejarnos invitar a un concierto, representación o evento cultural? ¿Cuánto estamos dispuestos a pagar? ¿Por qué pagamos exactamente? ¿Qué fomentamos como espectadores o creadores: la calidad del espectáculo, el “amiguismo” u olvidarnos de nuestros problemas con un “todo a cien”?
Creo que a todos nos viene bien una reflexión sobre qué podemos hacer y por qué debemos luchar. Eso sí, no conviene olvidar que no todos los grados de responsabilidad son iguales.
Gran artículo Marta. Aunque sabía que el panorama está complicado para la cultura desconocía bastante los porcentajes de reparto. Viendo que las cosas no parece que vayan a cambiar creo que habría que buscar modos de patrocinio, hacer ver a las marcas que invertir en teatro o en un artista puede ser rentable dependiendo del público objetivo al que se dirijan. Tarea complicada sin duda. Será que como me dedico al marketing me sale la vena «marketiniana».
Mientras tanto sigamos aportando nuestro granito de arena a este » mundillo» que tanto nos apasiona.
Un saludo!
¡Gracias Paz! Lo suyo es que los apoyos públicos sean suficientes para proyectos culturales y educativos de calidad, que se fomente esto para crecer como sociedad. Pero totalmente de acuerdo en lo que dices, si no cambia, pues habrá que buscar nuevos modelos. Al final, son valores que todos debemos apoyar, como individuos, como responsables de instituciones/entidades privadas, como sociedad… ¡Nos vemos en el teatro! Un abrazo, Marta