Cuando, uno a uno, los presidentes y máximos mandatarios decidieron dar la rueda de prensa, los cadáveres se apilaban en las calles. Grandes moscas negras se posaban sobre sus cuerpos hinchados. En apenas una semana, un tercio de la población mundial estaba contaminada con el denominado virus de la locura. Suicidios colectivos sin explicación aparente. A final del mes, sólo pequeños focos aislados se mostraron inmunes a la infección. Las cuarentenas no sirvieron de nada. Tampoco las ayudas y el apoyo internacional. Todavía hoy no saben de lo que se trata, ni siquiera cómo se propaga.
Yo sí. Aunque eso ahora da igual. Resulta curioso la forma en que nos olvidamos de ella y dejamos que nos manipularan. Finalmente, el ocaso de la vida no llegó por armas de destrucción masiva, ni por un recalentamiento global, ni siquiera por desastres naturales. De un modo perfectamente sutil, la Tierra se vengó de nosotros arrebatándonos lo que nos era más preciado: el amor.