Autor: Miguel De Juan
Lo raro es vivir. Había empezado por fin a leerlo, después de tanto tiempo cogiendo polvo y carácter en la estantería. Lo compré una tarde de abril en una librería de segunda mano en Malasaña y, siempre, por unas razones o por otras, había postergado su lectura, como si hubiese algo que me impidiera llegar a él.
Sabía que lo había comprado en abril porque acostumbraba a firmar los libros y a escribir dónde y en qué circunstancias los había comprado. Éste estaba fechado el 16 abril de 2011. “Sábado, en una soleada tarde de primavera. Librería Arrebato”. Rezaba la segunda página. Y después, mi firma.
Sabía perfectamente también que esa tarde había acabado con Alexia, después de dos años y dos meses, y de unas cervezas, varios vinos, tres licores, seis gritos y algunos miles de azorados reproches, rozando la violencia sin traspasar las líneas rojas. Cierto es que la cosa – llamémosle la cosa- había terminado ya hacía semanas; Alexia era una mujer de armas tomar, de esas que me ponían a mil a la vez que me sacaban de mis casillas, de esas que ponía a mil a todo el mundo pero que solo a mí me sacaba de sus casillas. Voluptuosa, sexy y cabrona. Con dos cojones, valga el oxímoron.
La cosa, la cosa terminó, entre portazos metafóricos y hastanuncas hiperrealistas, y yo me fui, borracho, a comprar Lo raro es vivir, que me pareció, entre los vapores del alcohol, lo más adecuado en esos momentos. Me extraña recordar ahora aquella tarde y no ver escrito en la primera página del libro: “En una tormentosa y etílica tarde de primavera” en vez de “en una soleada tarde de primavera”. Supongo que en ese momento debí sentirme liberado, de ahí la luminosidad del recordatorio. Recuerdo, asimismo, lo excesivo que fui con la librera, a la que insté, sin éxito, a debatir, sobre si Los Hermanos Karamazov se acercaba más al folletín o a la novela histórica. Folletín, dicen. Vete ya de aquí, me dijo la librera. Finalmente, me fui a casa con Martín Gaite debajo del brazo, no sin antes hacer la última parada en el Café Mahón, yo a saldar mi deuda con mi hígado, y mi rencor, con Alexia.